Todos los días sucede
que ya sea que viajes en transporte público, taxi, auto o seas un transeúnte,
alguien sufre un percance con algún microbús o mejor dicho con el microbusero
que lo conduce. Fui testigo de cómo un microbus, que corría a la velocidad del rayo,
estuvo a milímetros de fragmentar un carro que daba vuelta y por poquito y se
lo lleva de corbata.
No sucedió nada, por
suerte, pero hace unos días sí: en ese mismo lugar, un microbus rebanó el
capirote de un vehículo, literalmente, y en otra parte de la ciudad, hace unos
meses, dos niñas fueron atropelladas por un microbús, el cual iba conducido
obviamente por un chofer irresponsable. Jugarnos la vida contra estas máquinas
de destrucción masiva es el pan nuestro de cada día, y parece que nadie puede
nada contra ellas.
Años atrás, los
legisladores aprobaron una Ley de Transporte público que no sirvió de mucho
pues estas personas no la respetan. Entre otras cosas porque no existe la
voluntad para hacerla respetar, pues no se entiende la cercanía de la policía
con las compañías del transporte urbano.
Por qué los policías en
estos días son capaces de detectar una placa vencida o bien un auto que no esté
verificado a millas náuticas de
distancia, pero si se trata de las agresiones viales de los microbuseros, lo
pasan absolutamente por alto.
Para sobrevivir a los
microbuseros sería una muy buena idea la de instalar en las unidades
controladores electrónicos de velocidad, así los choferes manejarían con mayor
precaución. Ya que no solo corren peligro las personas que circulan en otras
unidades sino las más perjudicadas en caso de accidente son aquellos pasajeros
que utilizan estas unidades como su transporte diario para llegar a su trabajo
o escuela. Mientras eso sucede, tratemos de mantener la distancia entre este
tipo de transporte y el nuestro.
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